Quién soy…..

Yo vivía en una calle con olor a membrillo, café y chocolate. Cuando la guagua número 9 giraba hacia la avenida entraba por las ventanas olores que te transportaban, olores cálidos. Olores que impregnaban el aire de aromas fuertes y dulces

Mi zaguán estaba junto a una enorme ancla de barco que usábamos como columpio, rodeada de tuneras y pitas. Donde me caí haciendo una cabriola, creo que jugando a piratas.

En Canarias el aire es suave la mayor parte de las veces. El sol es muy brillante visto con mi telescopio desde la azotea de mi casa de vecinos, con balcones de madera blanca. Un micro mundo donde viajaba a lomos de mis fantasías de niño.

Recuerdo que los chiquillos del barrio hacían cola para ver el sol y su aureola, a través de un filtro. Y por la noche les enseñaba la luna con sus cráteres. Me sentía como un capitán de barco.

Me defino como una persona paciente con una paciencia casi infinita. Una paciencia que cultivé durante años. Años de soledad, años con Soledad, mi madre, donde los grandes acontecimientos eran para mí las vivencias que otros tenían por cotidianos. La familia, los hermanos, los amigos.

El primer libro que leí al completo fue «La madre» de Pearl.S. Buck, con 11 años. Recuerdo que lo terminé mientras oía en una cinta magnetofónica a Barry White y que, tras unos minutos, se oían canciones clandestinas.

Diría que fue en esa etapa de mi vida cuando tomé conciencia de que, más allá de la duda lógica sobre todas las cosas, podía dudar de la historia de la realidad misma, porque había otra realidad, una oculta a las apariencias.

Mi segundo libro fue «El discurso del Método» de Descartes. Era un libro pequeño, me lo regaló mi padre para que fuera cultivando mi sentido crítico.

A los catorce sentí la necesidad de implicarme en lo que parecía un viento fuerte y seductor que vapuleaba las conciencias, las conversaciones, los miedos y las incertidumbres. Era la Democracia que latía fuerte en el corazón de mucha gente. Las que ansiaban contar lo que habían vivido y deseado y también a las gentes que le angustiaba hablar de lo prohibido.

Cuando llegué al Instituto leí, devoré toda la literatura filosófica y política que pude. Cuanto más sofisticada y profunda mejor. Tanto que el libro de Física de 2º de BUP estaba forrado con una página reescrita a máquina por mí, sobre las derivadas y las integrales que explicaba F. Engels en «Anti-Dühring».

Algún amigo me definió como un alma filosófica. Yo me defino más bien como un pesimista deseoso de que el mundo le sorprenda. Y, a la vez, como un optimista vital, ya que siempre intento ver lo útil o aprovechable de cada idea, pensamiento, aportación o acontecimiento.

Inicialmente mi formación académica fue la Filosofía, aunque me centré en las Ciencias Políticas y la Sociología. Así fue que mi pensamiento, impulsado cual viento sobre las velas de un barco, me llevó a tener una visión del porvenir y del rumbo de nuestra existencia social.

Mi campo preferido es la Sociología del Conocimiento, pero desde un caleidoscopio con muchas formas y colores. Formas y colores de la cultura, el arte. Y también, la naturaleza y la vida social en un entorno híper industrializado, desigual, injusto y frustrante de sueños, proyectos, ilusiones, etc…

Parto de la idea de que el macrocosmos sociológico se define mejor como el espacio de relaciones de las principales tendencias en la producción del conocimiento. Y que el microcosmos sociológico se define como el espacio social de mínima capacidad de producción de conocimiento. Atendiendo a que lo macro y lo micro está en relación con la amplitud del objeto material de estudio y no con la amplitud o magnitud de la abstracción necesaria para entenderlo.

En definitiva, tras una vida llena de avatares y experiencias, llena de decepciones y de logros. De éxitos y fracasos. Descubro que, desde mis largas horas de meditación al que la soledad me obligaba, el telescopio de mi mente mira hacia el mundo socialmente organizado para responder a las preguntas que inquietan mi alma.

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Pensamientos que me acompañan…

«El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el coste de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.»

 

BERTOLT BRECHT